La risa de niño

Cuando somos niños reímos con mayor frecuencia que cuando somos adultos. O quizás tengamos ahora mas excusas para no reír.

Recuerdo que a esa edad reía cuando estaba alegre, como cosa normal; pero también no podía dejar de sonreír o trataba de ahogar la risa cuando quería guardar un secreto; al ver a mi mamá a la distancia quería disimular que no la había visto para sorprenderla al acercarme, pero no podía dejar de sonreír y esto me delataba siempre. ¡Reíamos hasta cuando estábamos nerviosos!

Una de las memorias que me vienen a la mente es de mis sobrinos una vez que queríamos junto con mi hermano, sorprender a su mamá. Nosotros como buenos adultos ni siquiera sonreímos y mantuvimos un semblante de lo más serio que pareciera que estábamos peleando. Sin embargo mis sobrinos (que por cierto son 3), no podían contener la sonrisa, se frotaban nerviosamente las manos, no dejaban de intercambiarse miradas entre ellos además de vernos a nosotros y su mamá, esperando que ella no se diera cuenta de nada. Lo cual, claro está dejo la sorpresa más anunciada que la navidad.

Con mi hermano nos molestamos con los niños por haber arruinado la sorpresa y les dijimos que no habían podido estar serios dos minutos, ellos por su parte nos dijeron que estaban serios, que no habían hecho nada, es decir, que toda esa reacción fue algo tan natural e involuntario que no se dieron cuenta de ello.

Al ver en retrospectiva, me doy cuenta que esa sonrisa de niño tan inocente y dulce fue lo mejor de la sorpresa. Tanto así que hasta el día de hoy no recuerdo cual era la famosa sorpresa, pero no olvido esas sonrisas y nerviosismos de mis sobrinos. Es parte de los tesoros que guardo en mi memoria.

¿Cuándo perdimos la capacidad de sonreír como niños? ¿Cuál habrá sido el preciso momento que cambiamos? ¿Cuál fue el detonante que nos cambió? De adultos perdemos esa inocencia, muchos ya no ríen con la frecuencia que lo hacían antes. Todo bajo la excusa “no puedo andar riendo como loco ¿verdad?”, otros dicen “el reír mucho provoca arrugas”, algunos más “ahora soy adulto, no soy niño”. Hemos inventado tanta excusa para no sonreír que a veces llegamos a olvidar como hacerlo.

Por varios años olvidé lo que era sonreír o reír. Me decían que por la seriedad que aparentaba me veía de mayor edad y eso me agradaba, creía que esa era la forma correcta de comportarme. ¡Cuán equivocado estaba!

A la edad de 16 años, una profesora (a quien siempre le estaré agradecido por este sencillo pero gran consejo) me llamo a su oficina y me preguntó si yo tenía algún problema y que ella me podía escuchar si no había nadie a quién yo se lo quisiera contar. ¡Mi sorpresa fue enorme! Le dije que me sentía bien y que no tenía nada, no entendía su comentario. Ella amablemente me dijo y no lo olvido “debes sonreír más seguido, disfruta de tu vida”, ese comentario me dejo frío y no supe como responder, le di las gracias por el consejo y regresé a mi clase. Mis compañeros me preguntaron lo sucedido y cuando les conté tampoco entendieron, se supone que yo era normal, pensaba yo.

Al llegar a casa le conté a mi mamá lo sucedido y ella me dijo que efectivamente no sonreía mucho, era un adolescente normal, hacía bromas y contaba chistes, pero mi personalidad era muy “seria”, debía sonreír más, el aparentar ser mayor no siempre es bueno, “disfruta tu edad, el reír no es símbolo de inmadurez”, dijo ella.

Si bien es cierto, pasaron muchas cosas en mi vida que me empujaron a comportarme de esa manera, también es cierto que es cuestión de actitud la forma en que encaramos las situaciones. No importa la situación, somos nosotros los que decidimos como esto afectará nuestra personalidad.

Aunque muchas veces debo actuar con seriedad, siempre trato de mantener una sonrisa lista para ser utilizada en cualquier momento, para compartirla inclusive conmigo mismo. ¿Qué me saldrán líneas en el rostro por reírme tanto? No me importa, prefiero ser un viejo arrugado pero feliz. Hay quien me ha dicho, no sabe de que se ríe el grupo pero al escucharme reír se le antoja reír también; gracias a Dios que se contagia de risa y no de tristeza.

¿Qué me dan ganas de llorar a veces? Claro que si, sigo siendo humano. Cada día es una batalla contra la tristeza, contra la desesperanza, contra la amargura de los malos recuerdos. Pero la diferencia es que confío en Dios que su gozo está en mi corazón y me dará victoria cada día. Sigo contando chistes, haciendo bromas, riendo y sonriendo.

No dejes de sonreír y la risa vendrá por añadidura.
 

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